Texto Séptimo:
Entre humo
y alcohol, observé las miradas de la multitud, luego de una de esas noches que
envenenan la sangre reflexioné, imaginé las diferentes formas que deberá tener
el hombre para sobrellevar las perdidas. Me imaginé siendo otro, cambiando mi esencia
toda, ¿Como haría yo, no siendo yo? Encontré nuevas cuestiones, y tan pronto
como entendí que ese no era otro, sino uno de tantos lados que poseen nuestras
formas irregulares, desistí.
Entonces la vi, la observé detenidamente desde otro
plano.
Nunca supe como pero la seguí sin moverme. Merodeé en su recorrido. Al ver sus ojos la entendí, y supe más de ella que ella misma.
Nunca supe como pero la seguí sin moverme. Merodeé en su recorrido. Al ver sus ojos la entendí, y supe más de ella que ella misma.
Tan pronto
como la dejaron sus pasos entró al cuarto. Ese hogar que sirvió para encuentros
felices era ahora obscuro. Solo la luz de la noche entraba por la ventana. Miró
el interruptor pero supo que no lo encendería. Despegó la espalda de la puerta,
con fingido caminar seguro se dirigió a la cama y sin sacarse una sola prenda
se desplomó. Mientras se le humedecía el rostro y escuchaba los autos tras la
pared, bajo las escaleras, no sabía que al caer los parpados la vitalidad encontraría
nuevamente sus pies.
No será el último
de esos estados, pero le quedan pocos.
En la
mañana la luz se filtraba, iluminando el polvo y creando destellos de recuerdos
vagos. Recordando lo que alguna vez oyó se cambió los zapatos, “si no hay amor,
que no haya nada entonces”. Y cuando la nada espera, los creadores apremian.
Con la
mano dibujó un círculo en el aire. Quebró su muñeca, ruborizó su rostro. La
sonrisa se transformó en gesto amable y luego en mirada pasional. Volvió a
pintarse la mueca cautivante. Un diagrama, un plan de ataque. Sus pies parecían
seguir esta estrategia programada. Con su contorno moldeaba el mundo,
lentamente creando una forma imaginaria, creó su cuerpo completo; en una
acrobacia borró, limpió el espacio y comenzó nuevamente. El circulo en el aire,
la muñeca; improvisó y el cambio modificó su estela, ya no era sangre lo que
dejaba, ahora eran aromas, aromas viejos para nuevos encantos.
La daga,
el estomago, la sangre. El
dolor como mejor consejero, como planta que crece. Fuerte ha de ser su cabeza
para adoptarlo como tal, fuerte ha de ser su espíritu para soportar el camino. Sabrá
que no son oraciones, ni rezos a figuras de antaño lo que enderezará su paso.
Su fuerza propia, su razón cognitiva, su voluntad creadora, la risa es todo lo
que necesita, ese espíritu, esa voluntad.
Las manos
en las rodillas, el sudor que gotea desde la nariz hacia el suelo. Imagina la
acrobacia; el circulo en el aire, el quiebre en la muñeca.
El de pantalones rayados y así misma esta su razón.
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